En tus manos

En la antigua Grecia, sede esplendorosa de las ciencias y de las artes, se hallaba un anciano famoso por la lucidez que sus respuestas ofrecían a todo aquel que solicitaba consejo y guía.

Una tarde, el joven estudiante Quirón, conocido por el tono irónico que utilizaba al poner en aprietos a los académicos más notables, decidió ir a escuchar al anciano para, de una forma u otra, poner en entredicho sus ideas.
Cuando llegó al hemiciclo donde éste hablaba, se sentó junto a los que escuchaban y prestó atención con ánimo de encontrar en sus planteamientos la mínima presencia de fallos y grietas.

El anciano decía así:

«Nuestros antepasados pensaban que en la vida hay que ver para creer. Se trata de un principio que suele resumirse en aquella frase que todavía resuena: Si no lo veo no lo creo».

Un gesto de curiosidad se fue dibujando en el rostro de los allí reunidos.

El anciano prosiguió: «Sin embargo, si profundizáis en ello, comprobaréis que para el ser humano que ha observado suficientemente su mente, no se trata de ver para creer, sino más bien al revés, de creer para ver. Nuestras creencias crean la realidad y, en consecuencia, el hombre auto consciente elige lo que quiere vivir y, paso a paso, conforma su destino.»

Quirón se sintió algo confundido. Por una parte, entendía lo que quería decir el anciano, pero por otra parte, deseaba satisfacer su deseo de ridiculizarlo, así que salió del hemiciclo con el fin de idear una estratagema que lograse su objetivo.

Resultó que pasaba por allí un mercader de pájaros, conocido por apresar una especie de muy pequeño tamaño con ingeniosos cepos de su invención. Al verlo, Quirón pensó: «Siempre que estoy buscando una solución suele aparecer algo ante mis narices que trae las claves, así que me acercaré a ver esos pájaros y seguro que se me ocurrirá algo».
Cuando vio un pequeño pajarillo que cabía en la palma de su mano, de pronto, se iluminó su mente y se dijo:
«Ya lo tengo, tomaré este pajarillo, me acercaré al anciano y le preguntaré delante de todos, si cree que este polluelo que tengo en mi mano cerrada está vivo o muerto. Si me contesta que está muerto, abriré mi mano y lo dejaré volar. Si por el contrario, me contesta que está vivo, lo apretaré con fuerza y lo dejaré caer al suelo. Entonces -dijo con radiante alegría- sus ambiguas teorías acerca del destino se verán devaluadas…»

Así pues, Quirón tomó el pajarillo en su mano y se acercó de nuevo al hemiciclo para interpelar al anciano. Una vez allí y levantando fuertemente la voz, le dijo:

“Anciano, decidme -dijo levantando el puño a la vista de todos- Tú que pareces saber lo que hay tras las apariencias, responde a mi pregunta; ¿el pajarillo que tengo en mi mano, está vivo o está muerto?»

Un silencio tenso se hizo entre todos los allí presentes.

A lo que el sabio, mirando a los ojos del joven con una profunda ternura le contestó:

«Muchacho, en realidad, LA VIDA Y EL DESTINO ESTAN EN TUS MANOS».


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